En las concurridas calles de Barquisimeto, Cabudare y de la gran cantidad de personas que se trasladan desde El Cují, el autobús no es solo un medio de transporte; para miles de ciudadanos, es un escenario diario de tensión y vulnerabilidad. La negación del servicio a un adulto mayor con pasaje incompleto o a un usuario con dificultades para pagar la tarifa completa, una práctica tristemente recurrente, trasciende la simple molestia logística, se transforma en un Impacto Cruel.
Esta conducta hostil e indolente impacta directamente el corazón de la salud mental y el bienestar emocional de los larenses, convirtiendo la rutina en una fuente de estrés crónico y ansiedad.
En las concurridas calles de Barquisimeto, Cabudare y de la gran cantidad de personas que se trasladan desde El Cují, el autobús no es solo un medio de transporte; para miles de ciudadanos, es un escenario diario de tensión y vulnerabilidad. La negación del servicio a un adulto mayor con pasaje incompleto o a un usuario con dificultades para pagar la tarifa completa, una práctica tristemente recurrente, trasciende la simple molestia logística, se transforma en un Impacto Cruel.
Esta conducta hostil e indolente impacta directamente el corazón de la salud mental y el bienestar emocional de los larenses, convirtiendo la rutina en una fuente de estrés crónico y ansiedad.
Conclusión sobre el impacto psicológico del abuso en el transporte
La recurrente hostilidad y el trato indolente hacia los usuarios del transporte en Barquisimeto, Cabudare y El Cují, trascienden una simple disputa tarifaria para convertirse en una fuente significativa de desgaste emocional para la población.
Las agresiones cotidianas, como la negación del servicio a adultos mayores o la exigencia de tarifas ilegales, tienen un efecto acumulativo que erosiona el bienestar mental de los larenses. Como señala la psicóloga Samira Castillo, esta tensión diaria se traduce en altos niveles de estrés, ansiedad y frustración, llevando a la sensación de impotencia e incluso a síntomas depresivos.
Este fenómeno es particularmente cruel con los grupos vulnerables, como las personas mayores, a quienes la negación de un derecho fundamental les genera un trauma relacional, llevándolos al aislamiento y a la pérdida de la valía personal. La hostilidad de algunos transportistas, explicada como una descarga emocional ante el propio estrés social, agrava el ciclo de desconfianza.